Este es el resultado de un reto que me propuso
, que no fue otro que el de escribir un post sobre una fantasía erótica BDSM sin usar ni una sola vez las palabras «placer», «deseo», «excitación» ni «cuerpo».
Pepe era de esos tipos que pensaba en un esquema de rima abrazada para sonetos petrarquistas cuando escuchaba la palabra «ABBA». Para él, un todo incluido en un hotel de playa en Benidorm era sinónimo de unas vacaciones románticas y la noche más salvaje era aquella en la que pedía el tercer gin-tonic y llegaba justo a tiempo al bingo del salón principal. Llamaba «aventura» a tomar el ascensor en lugar de las escaleras y consideraba atrevido pedir doble ración de alioli con las patatas bravas. Lo más cerca que había estado de unas esposas fue aquella vez en la que, en una clase de Derecho Penal, don Jesús sacó un par para ejemplificar la privación de libertad.
No obstante, allí estaba. Listo o no.
Cogió aire, se ajustó las mangas de la camisa y llamó al timbre. Tras la puerta de acero forjado se escuchó un suspiro breve. «¡Ay, Dios mío!», pensó. Unos pasos ligeros resonaron sobre el parqué. El pomo giró y la puerta se entreabrió. El abogado tragó saliva.
—Buenas noches —dijo Ana desde el quicio—. Eres José, ¿verdad?
—P-puedes llamarme P-pepe.
—Bien, Pepe. Me gusta. Es más auténtico. Más cañí.
—Supongo.
—Adelante —invitó la mujer. Llevaba el pelo negro recogido en una coleta alta e iba vestida con un corsé —también negro— de cuero ajustado, pantalones ceñidos a juego y botas altas de tacón afilado. En la mano sostenía unos guantes largos que brillaban bajo la luz violeta de la lámpara del salón.
—N-no puedo, Anita. De verdad que no puedo.
—¡Pepe, joder. Lo habíamos hablado!
—Ya lo sé, coño. Ya lo sé, pero es que no me veo.
—Nah, está bien —dijo Ana mientras se quitaba los guantes—. Voy a ducharme. —Y eso hizo.
Pepe se dejó caer en el sofá. Bufó. Se quedó mirando la lámpara de suelo y dijo:
—Alexa, pon la luz naranja.
El dispositivo de Amazon obedeció y llenó el espacio de esa luz cálida que nada tenía que ver con prácticas eróticas extrañas de dominación o sumisión. Esa luz que le permitiría leer Ciencia penal para dummies sin que se le cansara la vista. Pepe tomó el libro. Su marcapáginas —un billete no premiado del Sorteo Extraordinario de Navidad de hacía cinco años— le llevó a la página 53, en la que el autor hablaba sobre medicina legal. Se relamió y recordó algo.
—Alexa, pon ruido blanco.
Un manto de sonido calmo reinaba en el salón cuando escuchó un ruido desde el cuarto de baño. Dejó el libro sobre la mesa de centro —justo en el medio y alineado, no fuera a ser que su TOC cometiera alguna desgracia— y anduvo hacia allí. Al abrir la puerta se encontró a Ana, ya desvestida, sentada en el retrete con las manos sobre la cara.
—Anita, cariño… N-no… no llores.
Anita, con las cejas enarcadas y la mandíbula tensa, lo miró a los ojos y algo despertó en él. Llamémoslo coraje. El caso es que una punzada de euforia se gestó en su abdomen y le recorrió el pecho. Recordó las palabras de la terapeuta de pareja: «La vulnerabilidad puede ser una puerta a experiencias nuevas, siempre y cuando ambos os sintáis seguros». Y Pepe estaba seguro. ¡Joder, si lo estaba! Siete años de noviazgo y veinte de matrimonio eran como para estarlo. Si Ana hasta tuvo que aplicarle un enema antes de su operación del sinus pilonidal —¡una lavativa en toda regla!—. ¿Por qué sentirse ridículo ahora? «No —se dijo—. Vamos a ello. Haré lo que haga falta. Hasta imitaré la voz de Luis Zahera y le susurraré cochinerías al oído si es preciso».
Con un movimiento ágil, la tomó del brazo y le espetó:
—Hazme lo que quieras, pedazo de puta. Estoy listo.
—Pepe… —Ana expulsó el aire por la boca—. De verdad que no…
—No estaría aquí si no estuviera aquí para lo que estoy aquí —interrumpió Pepe, tratando de sonar misterioso, como en aquellas películas de Michael Caine que veía de niño. Giró la cabeza para proyectar la voz hacia el pasillo y gritó—: ¡Alexa, pon la luz violeta!
Ana esbozó una sonrisa.
Me ha encantado lo de cochinerías, jajajajaja
Valiente Pepe, se merece más 😏