Esta mañana he visto un reel en el que Hovik Keuchkerian (Jon Gutiérrez en la serie de Reina Roja) hablaba sobre esa gente que come en el cine. El actor/locutor/escritor/exboxeador —vaya mix guapo de profesiones tiene el colega, por cierto— decía algo así como:
—Lo que no puede ser es que vayas a ver La pasión de Cristo y que huela a nachos.
¿Qué te voy a contar, Hovik? Pues que estoy de acuerdo contigo. Desde que tengo memoria —quizá cuando fui a ver El rey león—, aborrezco el crepitar del film de aluminio de los Cheetos Pandilla durante la proyección de una película. Al igual que no tolero el crujido de los quicos contra los molares —me refiero a los granos de maíz tostados, no a quienes siguen el camino neocatecumenal—. Lo mismo me sucede con el tictac de los antiguos relojes de pared.
Me dan microinfartos cerebrales con este tipo de ruidos intermitentes.
Jurado.
Sin embargo, si el sonido es constante, como el del caucho de las ruedas sobre el asfalto o el soplo del viejo aparato de aire acondicionado de mi salón —un Carrier de más de treinta años—, la cosa cambia. Y no solo cambia, sino que se muda al otro lado del espectro.
Estos sonidos me calman como a Fluffy la flauta de Harry, ya sean blancos o marrones o rosas o «introduzca aquí los hercios/segundo concretos a quien alguien haya atribuido un color aleatorio». De hecho, en aquellas tardes en las que la vida me permite echarme una siesta, el ruido marrón de un vídeo de YouTube es lo que me deja abrazar a Sandman e ignorar los gritos de mis vecinos —tienen dos niñas pequeñas y las paredes de mi piso son de cartón barato.
¿Y qué escucho mientras escribo?
Aquí la cosa cambia.
Ni ruido blanco ni estallidos intermitentes. Cuando escribo, es la música instrumental la que me ayuda a activar mi parte creativa: bandas sonoras —sin voz ni letra— y música clásica. De hecho, tengo canciones fetiche que van variando según la naturaleza del relato o escena que esté escribiendo. Por ejemplo, si estoy vomitando algo crudo o profundo, Silk Drake, de Jason Hill hace las veces de musa sonora. El tema aparece en la segunda temporada de Mindhunter (creo, pero no lo voy a buscar) en una escena muy escabrosa —si no has visto esta obra maestra, ya estás tardando—. Os la dejo aquí:
En la revisión de este texto me he dado cuenta de que aparece SEASON 2 en la miniatura de arriba, así que sí, el Tom del pasado estaba en lo cierto.
Otro clásico que, casi siempre, arranca mi proceso de escritura es Everything In Its Right Place, pero no la canción de Radiohead, sino una versión a piano de Josh Cohen. Este tema es un disparador que hace que teclee aunque apenas tenga nada que contar, tal y como está sucediendo ahora. Prophecies, de Philip Glass, también me mete en vereda.
Si la cosa se torna épica, es Legend of the Martial Artist la que desenfunda mi mandoble. Está compuesta por Yoshihisa Hirano y aparece en la banda sonora del mejor anime jamás creado: Hunter × Hunter.
Si hay magia, pociones, hechizos o grimorios, es Borislav Slavov con su A Single Drop of Magic quien recarga mis reservas de maná —chacra, nen, ki, chi o como lo quieras llamar— y, si me pongo nostálgico, Elegia de New Order despierta al niño que habita en mí, lo lleva al salón de mi antigua casa —junto con un bol de Frosties de Kellogg's—, enciende el televisor de tubo y sintoniza TV3 —o Antena 3— para disfrutar conmigo de una maratón matutina de Dragon Ball.
Tengo seleccionados otros tantos temas para otros tantos menesteres, pero no quiero que este post se termine convirtiendo en la sección de venta de discos de la revista Tipo.
A pesar de todo, hay ocasiones —y cada vez son más— en las que la musa se va de farra y no la localizo ni de coña. La tía apaga el móvil y no responde a los mails. Es en estos momentos cuando me da el agobio, sudo, hiperventilo y, sin más remedio, necesito tirar de motivación. Me digo a mí mismo:
Tom, eres escritor. Aunque no tengas ningún libro publicado, escribes casi todos los días y hay 3 o 4 personas a las que medio les gusta —a veces y no mucho— lo que escribes.
Si con esto no me es suficiente, busco esta motivación en otros lugares, como en vídeos de escritoras autopublicadas o en pódcast. Y es que hay un pódcast que me abre el quinto de Estrella Impulso, un néctar fermentado que me ayuda a recordar que no estoy solo en esto. Se trata de En tapa blanda, de
y . Hablan de literatura y otros temas por el estilo, entrevistan a gente muy maja y desglosan el mundo de la autopublicación como pocas hacen.Y te preguntarás:
¿Todo esto para hacer publicidad del programa de sus amigas?
Pues no. Es decir, cuando he visto el vídeo de Hovik Keuchkerian no tenía ni idea de a dónde me iba a llevar este escrito y, sin embargo y gracias a la banda sonora de Leyendas de pasión del grandísimo James Horner, aquí me hallo.
Con el tema de Casper siempre lloro, por cierto.
¡Hala!
Pues a corregir el texto y a programar la publicación.
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Yo creo que lo más raro que he usado para escribir (muy concentrado) es el sonido ambiente de una oficina...😅😅😅 Cuando en la que trabajo me molesta muchísimo... 🤷
Muy buenas recomendaciones que voy a probar, maestro Tom 😊🫂
Casper. Esa preciosa y maldita melodía de piano va directamente a matar. James Horner era un especialista. Y Thomas Newman hace lo mismo por caminos melódicos menos transitados.
P.D. Si alguna vez te hallas escribiendo algo de ambiente misterioso y sombrío, te recomiendo el álbum Ambient 4: On Land de Brian Eno.