De cuando me visita el Diablo por las noches #5
¿Alguna vez os habéis despertado sin poder moveros? ¿Habéis sentido una presencia en la habitación? ¿Habéis visto a alguien sentado a los pies de la cama?
Si vuestra respuesta a las preguntas de arriba es afirmativa, entonces os pasa lo mismo que a mí.
Todo comenzó en el verano de 2003, cuando aún era un crío. Como cada viernes, solía cenar con mis padres y sus amigos. Mientras ellos pasaban de la cerveza al vino y terminaban con Frangelico —un licor dulce de avellanas tostadas—, yo me conformaba con un vaso de agua. Nunca fui fan de los refrescos.
Durante la sobremesa de una de esas cenas, decidieron hacer la güija. Sí, como lo leéis —tengo que escribirlo así en lugar de ouija para españolizar la palabra. Disculpadme.
¿Dónde fuck estaban los de asuntos sociales?
Nah, mis padres eran buenos y de mente incrédula y científica, así que no le vieron riesgo alguno a escribir el abecedario y algunos números en un folio A4, coger un vaso de chupito e invocar a los muertos en nuestro jardín.
Comenzó el ritual. Yo creía en él como Malala Yousafzai sigue creyendo en un bien inherente a la humanidad. No olvidéis —si habéis leído mis otros posts de la sección Sobre mí lo sabréis— que a esa edad ya me había cagado viendo El exorcista y había leído —y escrito— algo de terror. La escena me recordó a una de esas historias de Cuentos de la cripta en la que alguna mujer adinerada del oeste de Londres —que había perdido a su marido— llamaba a una médium para hacer una sesión de espiritismo. En mi jardín no había médiums, ni nadie vomitó ninguna sustancia ectoplasmática hecha con claras de huevo, ni se oyeron golpes, ni levitaron los cubiertos. Lo que sí noté fue una cosa: el vaso se movió sin nadie que lo tocara. Sucedió justo después de terminar la sesión.
—¿Lo habéis visto?
—Sí, claro que lo hemos visto, Tom —mintió mi padre.
Mis intestinos rugieron. Mi colon necesitaba abrir las compuertas. Corrí a casa y me encontré con mi hermana, que acababa de salir de la ducha para irse con sus amigas de farra.
—¡Kyra! Acabamos de hacer la güija y el vaso se ha movido, ¿sabes? ¡Se ha movido!
No pude quedarme a ver su reacción. La presa a reventar que era mi intestino grueso en ese momento me lo impidió. Podría decirse que me cagué de miedo —literalmente.
Unos días después, a la hora de la siesta, me quedé torrado en el sofá del salón. No había nadie —no sé dónde coño estaría mi familia, la verdad. No lo recuerdo—. Las persianas estaban subidas y las cortinas recogidas. Estaba puesto el aire acondicionado, algo imprescindible en los agostos de mi pueblo natal. Abrí los ojos y no me podía mover. Nada. Vi cómo el sol vespertino se reflejaba en la lámpara de techo. Traté de respirar fuerte. Era el único movimiento voluntario que podía hacer —y abrir y cerrar los ojos, por supuesto—. Al cabo de unos minutos, hice un esfuerzo sobrehumano y logré salir de ese estado. Me pasó lo mismo las dos tardes siguientes. No me volvió a suceder ese verano.
Unos meses después, esa inmovilidad volvió. Fue durante la noche y antes de conciliar el sueño —forma hipnagógica, que dicen los expertos—. Pude hasta escuchar qué piensa uno en los segundos antes de dormir.
¿No os pasa que no os acordáis nunca del momento exacto en el que os quedasteis roque?
Pues yo pude sentirlo, incluso descubrí a mi mente formulando frases aleatorias: «La gente con la cabra de los cojines consumen los pinos de coral durante el periplo de los sargazos» —cosas así—. Inmediatamente después cerré los ojos, los abrí y ya no me podía mover. Y no es que estuviera dormido del todo: mi mente estaba despierta, pero mis sentidos no. De ahí mi parálisis y el resto de cosas que la siguieron: sombras rojas en mi habitación, una voz gutural hablando en algún idioma que parecía antediluviano y ese ser maligno sentado a los pies de mi cama. Imaginad a mi «yo» preadolescente ante ese panorama. Estaba acojonado.
Eso mismo me siguió pasando durante unos meses —casi siempre cuando estaba bocarriba—, ya fuera antes de dormir o al despertar —forma hipnopómpica—. Se lo conté a mi padre, que me miró con el ceño fruncido. Días o semanas después, me dijo:
—Pues al final no vas a estar loco del todo.
—¿Por qué, papá?
—He oído en la radio que le pasa a bastante gente. Se llama «parálisis del sueño».
«La vieja bruja» en Inglaterra, «la visita de la Mara» en los Países Escandinavos o «la subida del muerto» en algunos países de Hispanoamérica. Descubrí que así se le llamaba a este fenómeno en distintos lugares y que puede ocurrirle a la mayoría de la población alguna vez en la vida. A mí me sigue sucediendo con frecuencias dispares, según mi nivel de estrés: en ocasiones, una o dos veces por semana; en otras, una o dos veces al mes.
Ocurre porque el cerebro está parcialmente despierto mientras el cuerpo sigue en la fase REM —cuando se tienen los sueños vívidos—. Esto puede provocar alucinaciones visuales, auditivas o táctiles —sí, alguna vez he notado que me tocaban los pies. Da puto miedo, ¿verdad?
¿Y lo de sentir una presencia demoníaca?
—Pues parece que se debe a la activación de áreas cerebrales relacionadas con el miedo y la vigilancia —dice Google.
A estas alturas ya lo tengo asumido: mi cuerpo prefiere quedarse en demo mode un rato antes o después de reiniciarse.
Intenté —en mi veintena— salir de mi cuerpo y hacer un viaje astral —habéis flipado con esto, ¿eh?—. No lo conseguí. ¡Ojo! Que soy escéptico por naturaleza a pesar de las cosas sobre las que escribo —aunque de crío me tragaba todo lo que decía Jiménez del Oso, para qué os voy a mentir—, pero yo que sé… Por probar que no quede, ¿no?
Bueno…
¿Soy el único de estos lares al que le visita el Diablo por las noches?
Dedico esta publicación a
, quien me incitó a escribir sobre mis parálisis. ¡Un abrazo!Si, además de mis relatos, también os gusta leer sobre mí o mi vida, echadle un vistazo a los posts de abajo:
Vale, pues sí! Ahora ya lo he leído! No conocía a nadie que le pasara! A mí me pasó por primera vez en 2006 y fue horrible!
Como sabes, compartimos ese amor incondicional por el terror y me molan mucho estas historias, pero vivirlas no mola tanto! Esa primera vez (en mi caso) me pasó estando bocabajo y (por suerte) de espaldas a un espejo que había en la puerta de mi armario. Oía susurros suaves y mi sensación era como si alguien muy pesado se hubiera sentado a horcajadas sobre mi espalda! Lo pasé muy mal y tuve miedo de dormir durante unos días!
La última vez fue este noviembre pasado (me acababa de mudar al piso en el que estoy) era la segunda o tercera noche que dormía en mi nueva habitación, había trabajado durante la noche y por las contraventanas se filtraba un poco de luz, en esta ocasión sí que estaba bocarriba. Sirius estaba a mi lado con la cabeza apoyada sobre mi cabeza, al recuperar la conciencia volví a sentir que había algo pesado sobre mí, incluso pude ver el bulto de la figura bajo la cubierta blanca de mi cama. Quería hablar con Sirius, saber si él sentía algo, pero solo podía percibir la respiración relajada y regular de mi perro. Eso me dejó más tranquila.
Pensé que en las historias de terror ellos eran los primeros en notar que algo no iba bien y mi Sirius estaba muy tranquilo!
Joder! Es un acojone muy grande!
Pasé unos cuantos días despertándome en cuanto Sirius se movía de la cama (porque solo él me daba seguridad).
Joder! Me ha molado que hayas escrito sobre esto!
Mil gracias!
Aún no lo he leído!! Pero el subtítulo me suena a parálisis del sueño! Si es eso, estoy flipando! Te leo y a ver qué explicas! 🙊